Amar siempre, incluso cuando cuesta

El amor como virtud transformadora.

Ser bueno con uno mismo y con los demás no es ingenuidad ni debilidad. Es una elección poderosa. Apostar por el amor, el respeto y la empatía es uno de los actos más valientes que podemos sostener en un mundo donde, muchas veces, lo contrario parece más práctico o más rentable.

El amor ha sido desvirtuado. Se ha confundido con abandono personal, con aceptar lo inaceptable por temor, con inseguridades disfrazadas de entrega, o con silencios que justificamos para evitar conflictos. Se ha usado para manipular, controlar, imponer.

Pero no hay amor donde se quiebra el alma.

El verdadero amor no anula, no castiga, no encierra.

El verdadero amor hace crecer, dignifica y nos impulsa a entregarnos desde lo que somos.

Amarse a uno mismo no es egoísmo. Es reconocer que también merecemos cuidado, límites y afecto. Desde ese lugar, es posible amar a los demás con libertad.

Escoger el amor como camino es una revolución íntima.

Y amar desde la libertad es amar sin esperar nada a cambio, sin condiciones, sin necesidad de respuesta o validación. Es amar porque decido amar, porque ese amor me construye y también construye al otro. Porque es una siembra que transforma, incluso si nunca veo la cosecha.

El mundo no necesita más dureza. Necesita más humanidad.

Y no hay mayor humanidad que aprender a amar bien: sin miedo, sin cadenas, sin perderse, sin imponerse. Solo así, el amor recupera su reputación, su esencia, su poder de sanar.

Reyna Domínguez O.

Foto de Shelby Deeter en Unsplash